Fin del juego O curas, no tiritas IV
Por: David Z. Nowell -
28 de junio de 2024
No se trata de un gran experimento social. No pinchamos a unos niños de la calle, a un huérfano, a unas cuantas niñas víctimas de la trata con las agujas de nuestra conciencia, les damos de comer un poco de evangelio junto con un cuenco de arroz, y luego dejamos el resto a la naturaleza. Así que hoy has alimentado a mil niños y les has dado de beber agua limpia.
Bien. ¿Y ahora qué pasa?
Quiero saber qué pasa con estos chicos dentro de cinco años, y quiero saber qué pasa con sus eternidades. Y, no o. Sólo si nos centramos en ambas cosas seremos realmente fieles a la llamada del Nuevo Testamento. Vemos las terribles necesidades de los niños desamparados y aplicamos soluciones provisionales. Les damos de comer, les sacamos de los burdeles, curamos sus heridas, y tal vez ponemos un poco de ungüento en nuestra propia culpa. Con demasiada frecuencia, ese es el objetivo final. No hay soluciones a largo plazo, ni para ellos ni para nosotros.
Cuidar de verdad a los más pequeños exige una transformación, no sólo de los niños a nuestro cuidado, sino también de nuestros propios corazones y mentes.
Curas, no tiritas.
Una de las realidades más inquietantes de la crisis de los niños abandonados o explotados es que casi siempre es multigeneracional. Como tal, se autopropaga y crece constantemente. Prácticamente cada niño que llega a un centro de acogida procedente de la calle o de una situación de maltrato es "simplemente" el más reciente de un linaje familiar de niños perdidos. Una madre prostituta tiene seis u ocho hijos para los que la vida en la calle, el maltrato y la explotación son la norma, y luego cada uno de esos niños (o al menos los que sobreviven) repite el ciclo.
Generación... tras generación... tras generación. Una progresión geométrica que acaba con millones y millones de niños atrapados en un marasmo de profunda pobreza y explotación.
No puedo decir cuántas veces he oído a un niño, al contar la historia de su vida, decir: "Nunca conocí a mi padre, y mi madre era prostituta....". La actitud es que nací en el suburbio, vivo en el suburbio y moriré en el suburbio. No merezco nada más.
Cada historia es única, pero ninguna excepcional.
Quizá la tarea más importante para quienes trabajamos con huérfanos sea romper el ciclo, no sólo rescatando al niño, sino cambiando la trayectoria de las generaciones venideras. Nuestro trabajo no termina cuando el niño deja de llorar por el dolor de su vientre. Más bien, el éxito llega cuando la generación siguiente -cuando el hijo de ese niño- vive una vida estable, libre de abusos y explotación. Nuestra intersección debe estar en el centro mismo del ciclo, no en un encuentro tangencial con su borde.